Introducción,
desarrollo y conclusión. Una historia se
narra desde el principio hasta culminar en su final. Así nos lo enseñaron
nuestros profesores de lengua en el colegio, e incluso algún lumbreras nos lo
repitió en la facultad de Periodismo. Pero este relato se salta las pautas,
quiere únicamente contar la historia de un final. Un final vergonzante, brutal
y violento. Un epílogo indigno para una historia de altísima consideración
moral. Este final no te lo van a contar los medios de comunicación, como mucho
lo tergiversarán. Esta es la historia del final de las Marchas por la Dignidad
del 22M.
A las
ocho y media de la noche estábamos todavía congregados en la Plaza Colón,
escuchando el concierto que cerraba el acto en el que habían tomado la palabra
diferentes representantes de las columnas llegadas a Madrid desde diferentes
puntos de España, algunos incluso habían caminado durante un mes para poder
estar ayer en Madrid reclamando sus legítimos derechos, reclamando un estado
realmente democrático, de derecho, de inclusión social. Mientras el coro
entonaba una versión de la Novena Sinfonía de Beethoven se comenzaron a
escuchar el ruido de petardos desde la
calle Génova, inmediatamente seguidos por tiros de pistolas de goma. El humo se
acercaba a la plaza, cuando todavía estaban allí congregados buena parte de los
dos millones de manifestantes que habían participado en la jornada. Una jornada
que legalmente todavía no había
terminado. La policía reventó, que no interrumpió, el acto a las ocho y media,
cuando las jornadas estaban autorizadas para desarrollarse hasta las nueve de
la noche. Una amiga y yo estábamos sentadas en la fuente de la plaza, no
podíamos dar crédito a que la policía entrase y reventara el acto, más aún
cuando la plaza estaba a rebosar, incluyendo a ancianos y niños. Pero lo
hizo. Una masa de gente bajaba corriendo
desde Génova, el humo de los petardos y las pistolas de goma dibujaba un telón
de fondo. Esperábamos a una amiga que venía en metro. La llamamos para decirle que no saliera. Más
tarde nos contó que el metro era un auténtico caos, que no se podía salir ni entrar, un auténtico embotellamiento.
Fotografía de Jairo Vargas, Público |
Jauro Vargas, Público |
Las lecheras
subían y bajaban Recoletos, por lo que corrimos por unas calles aledañas hasta
llegar a Puerta de Alcalá. “A salvo”, pensamos. La Puerta de Alcalá también estaba
llena de policías, aunque no estuvieran cargando contra los manifestantes. Nos quedamos
allí un rato hasta que decidimos bajar hasta Atocha evitando Cibeles, invadida
por lecheras, por lo que cogimos el Paseo de Alfonso XIII, paralelo al Retiro. Allí,
ya bastante lejos del núcleo de la manifestación, volvieron las lecheras a hacer gala de su poder de coerción. Allí estaban
los autobuses para recoger a los participantes de las distintas columnas
llegadas a Madrid. Nuevamente corrimos, hasta entrar en el parque, desde el que
andamos hasta Atocha. En la Cuesta de Moyano nos encontramos con otros amigos. Ellos se habían quedado más
rezagados y había visto cómo la policía había cercado Cibeles en un momento, rodeándola con lecheras provenientes de todas
las calles que desembocaban en la plaza, asediando y atacando a los
manifestantes. Nos contaron que los antidisturbios se bajaban de las furgonetas
en marcha dando palos, sin hacer distinción entre los que ciudadanos
que allí se encontraban. Ya en Atocha,
nos encontramos con un señor andaluz de unos sesenta años, llegado desde
Andalucía para participar en las jornadas, había estado en la plaza y nos preguntó por
qué había entrado la policía de esa manera. “Pero si sólo estábamos cantando”,
nos dijo. La conversación fue interrumpida por una nueva carga policial y la
llegada de otra avalancha de gente que huía. Una última carretita al metro,
donde nos encontramos un cordón policial custodiando la puerta.
EFE |
Finalmente resultaron ser una paradoja en sí mismas. Reventaron
en acto cuando todavía era legal, los derechos fundamentales a la libertad y
seguridad recogidos en artículo 17 de la
Constitución fueron ayer violados, al
igual que el derecho fundamental a la libertad de expresión recogido en el
artículo 20 de la misma. Una masa enorme de gente fue asediada ayer por un
despliegue digno de un estado de excepción.
La política del terror cerró ayer las Marchas por la Dignidad, con el propósito de hacer un chiste de las
mismas, de amedrentar al que se quiera unir a la próxima manifestación, de
hacer de un estado de derecho un estado policial.
Cristina Cifuentes calificó ayer las jornadas como pacíficas, pero hoy los telediarios de Veinticuatro Horas aludieron a lo sucedido como un enfrentamiento entre policías y radicales, cuando lo que realmente ocurrió ayer fue un auténtico abuso del brazo armado del ejecutivo.
Este post va dedicado con enorme cariño a Ángela,la que fue ayer mi ángel de la guarda.
Siento no acompañarlo con fotos propias, haciendo gala de mis habituales despistes, me llevé la cámara sin batería.