¿Qué cabría esperar y qué cabe esperar de la cita en
Davos? ¿Qué cabría esperar si las reuniones y diálogos se basasen en el
objetivo último de conseguir un sistema global más justo y equitativo para todos? ¿Qué cabe esperar
cuando España, por ejemplo, envía a un ministro y una alcaldesa con un currículo virgen a los
que les es indiferente lo que cabría esperar?
Hablemos precisamente de eso, de lo que cabría esperar,
aun siendo muy conscientes de lo que cabe esperar. El egocentrismo occidental ha desembocado en un política basada en eternas promesas nunca cumplidas a los países en vías de desarrollo, de dejar para
mañana los aranceles que puedo eliminar hoy. La globalización, símil de Doctor Jekyll y Mr. Hide, siempre es
conceptualizada con un sabor agridulce, siendo plano económico el lado más
agrio y el más acaparador de este proceso ya irrevocable. Pero, ¿por qué no sacarle partido? ¿Por qué no hacer de la globalización un proceso inclusivo y de beneficio público? ¿Acaso estamos
maniatados por esa horda de corporaciones que acumulan la mitad de la riqueza
mundial? ¿Y si nos ponemos firmes? ¿Y si enviamos a Juan Torres en lugar de Ana
Botella? ¿Qué pasa aquí?
Pasa que las
grandes corporaciones han despolitizado y reducido cuanto han podido las
competencias del estado. El hecho de que una empresa transnacional opere en un
país determinado resulta mucho más imperioso que conservar el estado asistencial. A todos
se nos vienen a la cabeza un par de casos ilustrativos de lo dicho. Son
incluso los ministros de comercio quienes representan a las grandes corporaciones
en la asamblea de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Asistimos al espectáculo de la política pública al servicio de la economía privada. Por tanto, no es de extrañar que un conjunto de
estados entregados a los intereses de las grandes empresas descuide los
intereses de sus homónimos en las regiones más pobres del globo, los intereses
de las personas que habitan en ellos.
Las grandes rondas celebradas en el marco de la
OMC, la Ronda de Uruguay y de Doha, a
finales del siglo XX y principios del XXI, no han querido dar respuestas justas
con el fin de hacer factible y viable un comercio global equitativo. Sólo Europa,
Norte América y Asia- Pacífico generan un 85% del comercio mundial. El resto se
ha de adaptar a las exigencias de estos minoritarios pero poderosos gigantes. Las conversaciones y acuerdos alcanzados en estas rondas imponían a los países más pobres una liberalización de los productos
manufacturados, con el fin de que las grandes industrias occidentales
aumentaran su cuota de mercado, mientras imponían grandes aranceles a los
productos agrícolas que los países en vías de desarrollo intentan exportar a los los países europeos y norteamericanos. Dar, y mucho, sin recibir.
La
cantidad total de aranceles que los países en vías de desarrollo han de pagar a
los países del triunvirato económico supera trece
veces la cantidad de ayuda para el desarrollo que reciben de éstos, que a su vez ven su cuota de mercado crecer a costa de un acuerdo bilateral que sólo genera beneficios unilaterales. La
liberalización de la agricultura ha quedado arrinconada mientras asistimos a
una feroz liberalización del sector industrial, la gran baza de los países
desarrollados. Ambos sectores deberían ser liberalizados igualmente para poder asistir a un partido con unas reglas de juego justas. Los países
occidentales subvencionan gran parte del sector agrícola nacional a la vez que ahogan a los países más pobres con medidas proteccionistas, tales como la de
negarse a comprar alimentos envasados, que supondría un aliciente para crear en los
países pobres fábricas de empaquetado y puestos de trabajo a la par que aumentaría el valor de sus
exportaciones.
Estados Unidos destina el 80% de sus
subvenciones agrícolas a las grandes corporaciones alimenticias, mientras que
son muy pocas las empresas familiares norteamericanas que reciben dicha
subvención. Las subvenciones no son más que una excusa para seguir alimentando a las insaciables multinacionales. En la Ronda de Doha, celebrada en 2001, los países ricos se negaron a
cesar dichos subsidios a la agricultura. Paralelamente, casi la mitad de la población mundial vive con menos de lo que recibe en subvenciones una cabeza de ganado europea. Cabría esperar que recapacitaran para solucionar esta macabra paradoja.
Cabría, asimismo, esperar la constitución de un
tribunal internacional que adoptara medidas
vinculantes para todos aquellos infractores de las normas del juego, más allá
de la autorización de la OMC para que las partes afrentadas adopten medidas tales como el bloqueo económico, muchas veces infructuoso cuando el país que ha de
llevar a cabo la sanción apenas tiene peso en la economía mundial. Estos infractores, dignos de ser llevados al tribunal propuesto, acostumbran a marcharse de las zonas en las que han producido dejando tras de sí un lastre de contaminación y habiendo destruido sus
recursos naturales, acostumbran a emplear a niños por menos de los que recibe una vaca
europea al día. También toman parte en el juego los infractores especulativos, que dejan en quiebra la economía de los países más vulnerables a ir y venir de las fluctuaciones económicas. Y todos ellos quedan impunes. Cabría esperar que las organizaciones nacidas del
tratado de Bretton Woods retomaran su labor original, y que el Banco Mundial,
originalmente creado para colaborar en el desarrollo de los países más
necesitados, dejara de estar a la sombra y órdenes del FMI, creado también para
salvaguardar la estabilidad económica mundial (así lo pensó Keynes, cofundador
del mismo) y que cesasen de ser fieles siervos de la
ideología neoliberal sobre la que subyace el proceso globalizador, el globalismo.
Cabría esperar un firme compromiso para la adopción de muchas medidas por
parte de los integrantes del foro de Davos, aunque esta fundación, sin tener carácter vinculante, sólo cree un espacio para el debate. Cabría esperar que después del mismo la OMC recapacitara y pusiera en marcha medidas justas, equitativas e inclusivas. Pero, tan poco nos importa el devenir de la economía mundial y la huella que deja en los menos aventajados, que hemos enviado el
hazmerreír de la Revista Time y a un ministro canario que cecea.
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