jueves, 23 de enero de 2014

Davos, de lo que cabe a lo que cabría esperar

¿Qué cabría esperar y qué cabe esperar de la cita en Davos? ¿Qué cabría esperar si las reuniones y diálogos se basasen en el objetivo último de conseguir un sistema global más justo  y equitativo para todos? ¿Qué cabe esperar cuando España, por ejemplo, envía a un ministro y  una alcaldesa con un currículo virgen a los que les es indiferente lo que cabría esperar?

Hablemos  precisamente de eso, de lo que cabría esperar, aun siendo muy conscientes de lo que cabe esperar. El egocentrismo occidental  ha desembocado en un política basada en eternas promesas nunca cumplidas a los países en vías de desarrollo, de dejar para mañana los aranceles que puedo eliminar hoy. La globalización, símil de Doctor Jekyll y Mr. Hide, siempre es conceptualizada con un sabor agridulce, siendo plano económico el lado más agrio y el más acaparador de este proceso ya irrevocable.  Pero, ¿por qué no sacarle partido? ¿Por qué no hacer de la globalización un proceso inclusivo  y de beneficio público? ¿Acaso estamos maniatados por esa horda de corporaciones que acumulan la mitad de la riqueza mundial? ¿Y si nos ponemos firmes? ¿Y si enviamos a Juan Torres en lugar de Ana Botella?  ¿Qué pasa aquí?

Pasa que  las grandes corporaciones han despolitizado y reducido cuanto han podido las competencias del estado. El hecho de que una empresa transnacional opere en un país determinado resulta mucho más imperioso que conservar el estado asistencial. A todos se nos vienen a la cabeza un par de casos ilustrativos de lo dicho. Son incluso los ministros de comercio quienes representan a las grandes corporaciones en la asamblea de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Asistimos al espectáculo de la política pública al servicio de la economía privada.  Por tanto, no es de extrañar que un conjunto de estados entregados a los intereses de las grandes empresas descuide los intereses de sus homónimos en las regiones más pobres del globo, los intereses de las personas que habitan en ellos. 

Las grandes rondas celebradas en el marco de la OMC, la Ronda de Uruguay y de Doha,  a finales del siglo XX y principios del XXI, no han querido dar respuestas justas con el fin de hacer factible y viable un comercio global equitativo. Sólo Europa, Norte América y Asia- Pacífico generan un 85% del comercio mundial. El resto se ha de adaptar a las exigencias de estos minoritarios pero poderosos gigantes.  Las conversaciones y acuerdos alcanzados en estas rondas imponían a los países más pobres una liberalización de los productos manufacturados, con el fin de que las grandes industrias occidentales aumentaran su cuota de mercado, mientras imponían grandes aranceles a los productos agrícolas que  los países en vías de desarrollo intentan exportar a los los países europeos y norteamericanos. Dar, y mucho, sin recibir. 

La cantidad total de aranceles que los países en vías de desarrollo han de pagar a los países del triunvirato económico supera trece veces la cantidad de ayuda para el desarrollo que reciben de éstos, que a su vez ven su cuota de mercado crecer a costa de un acuerdo bilateral que sólo genera beneficios unilaterales. La liberalización de la agricultura ha quedado arrinconada mientras asistimos a una feroz liberalización del sector industrial, la gran baza de los países desarrollados. Ambos sectores deberían ser liberalizados igualmente para poder asistir a un partido con unas reglas de juego justas. Los países occidentales subvencionan gran parte del sector agrícola nacional a la vez que ahogan a los países más pobres con medidas proteccionistas, tales como la de negarse a comprar alimentos envasados, que supondría un aliciente para  crear en los países pobres fábricas de empaquetado y puestos de trabajo a la par que aumentaría el valor de sus exportaciones

Estados Unidos destina el 80% de sus subvenciones agrícolas a las grandes corporaciones alimenticias, mientras que son muy pocas las empresas familiares norteamericanas que reciben dicha subvención.  Las subvenciones no son más que una excusa para seguir alimentando a las insaciables multinacionales. En la Ronda de Doha, celebrada en 2001, los países ricos se negaron a cesar dichos subsidios a la agricultura. Paralelamente, casi la mitad de la población mundial vive con menos de lo que recibe en subvenciones una cabeza de ganado europea. Cabría esperar que recapacitaran para solucionar esta macabra paradoja.

Cabría, asimismo, esperar la constitución de un tribunal  internacional que adoptara medidas vinculantes para todos aquellos infractores de las normas del juego, más allá de la autorización de la OMC para que las partes afrentadas adopten medidas tales  como el bloqueo económico, muchas veces infructuoso cuando el país que ha de llevar a cabo la sanción apenas tiene peso en la economía mundial.  Estos infractores, dignos de ser llevados al tribunal propuesto,  acostumbran a marcharse de las zonas en las que han producido dejando tras de sí un lastre de contaminación y habiendo destruido sus recursos naturales,  acostumbran a emplear a niños por menos de los que recibe una vaca europea al día. También toman parte en el juego los infractores especulativos, que dejan en quiebra la economía de los países  más vulnerables a ir y venir de las fluctuaciones económicas. Y todos ellos quedan impunes. Cabría esperar que las organizaciones nacidas del tratado de Bretton Woods retomaran su labor original, y que el Banco Mundial, originalmente creado para colaborar en el desarrollo de los países más necesitados, dejara de estar a la sombra y órdenes del FMI, creado también para salvaguardar la estabilidad económica mundial (así lo pensó Keynes, cofundador del mismo) y que cesasen de ser fieles siervos de la ideología neoliberal sobre la que subyace el proceso  globalizador, el globalismo.

Cabría esperar un firme compromiso para la adopción de muchas medidas por parte de los integrantes del foro de Davos,  aunque esta fundación, sin tener carácter vinculante, sólo cree un espacio para el debate. Cabría esperar que después del mismo la OMC recapacitara y  pusiera en marcha medidas justas, equitativas e inclusivas. Pero, tan poco nos importa   el devenir de la economía mundial y la huella  que deja en los menos aventajados, que hemos enviado el hazmerreír de la Revista Time y a un ministro canario que cecea.

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