domingo, 22 de diciembre de 2013

Darfur, una miscelánea de conflictos

La Guerra de Darfur ha sido calificada como  el primer conflicto armado provocado por el cambio climático, atenuado por conflictos étnicos y económicos, que hacen de la región un perfecto caldo de cultivo para la insurrección, la toma de armas y la sistemática violación de derechos humanos. Todo ello ha convertido el conflicto en uno de los más longevos y complicados del continente africano.  El precario proceso descolonizador  trajo consigo conflictos étnicos dentro de un territorio cuyas fronteras habían sido delineadas en  base a  criterios políticos occidentales en detrimento de los antecedentes históricos y culturales. A ello se le ha de sumar una pobreza y escasez de recursos extrema paralela a altísimos índices de analfabetismo.


Un  régimen militar islamista ha gobernado el país desde la descolonización de Gran Bretaña en 1956. Las poblaciones tribales del sur del país fueron reprimidas y muchas de sus tradiciones criminalizadas especialmente a partir de la década de los 70, en un intento del gobierno por dar una imagen de un país árabe moderno libre de costumbres primitivas a través de la imposición de la Sharia, la ley musulmana, y una profunda limpieza étnica.  Después de la descolonización y durante el siglo XX, dos guerras civiles habían devastado la región sur del país, provocadas precisamente por la dominación árabe del norte sobre la población meridional, en su mayor parte cristianos o animistas.


La región de Darfur se encuentra situada en la franja oeste del país. La zona más septentrional  se halla habitada por una mayoría árabe, mientras que en el sur conviven grupos árabes y  etnias negras africanas que conforman a groso modo las etnias de Fur, Massalit y Zaghawa. Esta franja cuenta una extensión similar a la de Francia, aunque su población ronda los seis millones de habitantes. Las etnias africanas meridionales forman en su conjunto una comunidad de agricultores sedentarios, que han sufrido las terribles consecuencias del decrecimiento de los pluviómetros entre 1976  y 2005 y la consecuente desertificación del norte de la región. A todo ello hay que añadir que la única fuente de agua con la que cuenta el país, la cuenca del Nilo, se halla en el extremo opuesto a Darfur.


Durante este período los grupos nómadas musulmanes del norte de la región comenzaron a emigrar al sur en busca de nuevos recursos de los que abastecerse. Ante la amenaza de la llegada de inmigrantes, los agricultores y ganaderos vallaron sus tierras a  fin de impedir el acceso a las mismas a otros grupos étnicos. Durante la década de los ochenta se produjeron varios conflictos armados entre ambas comunidades, resultando en una supremacía de la ideología árabe sobre las etnias animistas, a la vez que se favorecía la imposición de la Sharia. A medida que iban avanzando los conflictos también lo hacía la entrada de armas instigada por intereses de estados vecinos y grandes potencias mundiales. El gobierno de Sudán compró gran parte de su arsenal a China y Rusia.

En febrero de 2003 los enfrentamientos y conflictos armados tiñen nuevamente la región de sangre. Después de una década de conflicto, y tras varias conversaciones entre ambas partes auspiciadas bajo el amparo de  Naciones Unidas, el número de refugiados se sitúa actualmente en los 2,7 millones.  Ese mismo año, los grupos  rebeldes del Ejército de Liberación de Sudán (SLA) y el Movimiento para la Justicia y la Igualdad (JEM), compuestos mayoritariamente por   la comunidad Fur, la Massalit y la Zaghawa, se habían alzado contra el poder de la capital, Jartum. En consecuencia,  las comunidades tribales meridionales  sufrieron ataques sistemáticos en forma de violaciones, saqueos y desplazamientos forzosos, todos ellos perpetrados por milicianos árabes, que contaban con una licencia del gobierno sudanés.  Desde entonces, los enfrentamientos bélicos por la posesión de tierras, cada vez más escasas, han sido constantes. 

A este persistente enfrentamiento suscitado por la lucha entre etnias por las exiguas tierras fértiles y los cada vez más limitados recursos naturales, se le ha de añadir los intereses petrolíferos en la región. Las reservas petrolíferas de Sudán generan una inyección al país de un millón de dólares diarios. Los principales oleoductos sudaneses discurren por las zonas más lluviosas del este del país. En un intento por acaparar su control y evitar que éstas transcurran por los territorios en manos de grupos rebeldes en el sur, el gobierno sudanés ha obligado a gran parte de la población que las habitaba a zonas más áridas, intensificando conflictos como el de Darfur.


El conflicto  ya se prolonga por un espacio de diez años y no parece que exista una solución  a corto plazo. Darfur es una auténtica olla a presión donde los conflictos tribales, xenofobia, violación de derechos humanos, escasez de recursos e intereses económicos de importantes grupos de presión dejan poco margen de maniobra para lograr la paz y estabilidad.  No obstante, hay razones para albergar un halo de esperanza. La intervención  de la misión conjunta de la Unión africana y la ONU en Darfur, Minuad, y el despliegue de los Cascos Azules se presentan como  instrumentos para intentar mitigar la grave crisis humanitaria provocada por el conflicto y mejorar así la seguridad en la región, mientras que los Estados Unidos reclaman una solución rápida al mismo. No obstante, no se ha de olvidar que Darfur es sólo uno de  los tantos frentes abiertos en Sudán. La pacificación de la región dependerá a su vez de la pacificación del país, todavía en manos de un gobierno islamista militar y opresor de las etnias negras.


Éste es un tema grabado en 2007 con la financiación de  Mit Jagger con la finalidad de  crear conciencia sobre el conflicto. Fue  grabado en la frontera este del Chad con Darfur. Al fin y al cabo, una imagen vale más que mil palabras.









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