domingo, 23 de marzo de 2014

Un final indigno para el 22M

Introducción, desarrollo y conclusión. Una historia se narra desde el principio hasta culminar en su final. Así nos lo enseñaron nuestros profesores de lengua en el colegio, e incluso algún lumbreras nos lo repitió en la facultad de Periodismo. Pero este relato se salta las pautas, quiere únicamente contar la historia de un final. Un final vergonzante, brutal y violento. Un epílogo indigno para una historia de altísima consideración moral. Este final no te lo van a contar los medios de comunicación, como mucho lo tergiversarán. Esta es la historia del final de las Marchas por la Dignidad del 22M.

A las ocho y media de la noche estábamos todavía congregados en la Plaza Colón, escuchando el concierto que cerraba el acto en el que habían tomado la palabra diferentes representantes de las columnas llegadas a Madrid desde diferentes puntos de España, algunos incluso habían caminado durante un mes para poder estar ayer en Madrid reclamando sus legítimos derechos, reclamando un estado realmente democrático, de derecho, de inclusión social. Mientras el coro entonaba una versión de la Novena Sinfonía de Beethoven se comenzaron a escuchar  el ruido de petardos desde la calle Génova, inmediatamente seguidos por tiros de pistolas de goma. El humo se acercaba a la plaza, cuando todavía estaban allí congregados buena parte de los dos millones de manifestantes que habían participado en la jornada. Una jornada que  legalmente todavía no había terminado. La policía reventó, que no interrumpió, el acto a las ocho y media, cuando las jornadas estaban autorizadas para desarrollarse hasta las nueve de la noche. Una amiga y yo estábamos sentadas en la fuente de la plaza, no podíamos dar crédito a que la policía entrase y reventara el acto, más aún cuando la plaza estaba a rebosar, incluyendo a ancianos y niños. Pero lo hizo.  Una masa de gente bajaba corriendo desde Génova, el humo de los petardos y las pistolas de goma dibujaba un telón de fondo. Esperábamos a una amiga que venía en metro. La  llamamos para decirle que no saliera. Más tarde nos contó que el metro era un auténtico caos, que  no se podía salir ni entrar,  un auténtico embotellamiento.

Manifestantes y policías se enfrentan en el paseo de Recoletos de Madrid tras la manifestación de las Marchas de la Dignidad.
Fotografía de Jairo Vargas, Público
Tuvimos que salir corriendo  junto con la gente que bajaba, temiendo realmente el ser víctimas de una avalancha humana, más que de llevarnos unos cuantos palos. Algunos manifestantes cogieron las vallas que rodeaban la fuente para interrumpir el paso a los policías que bajaban, cuando en realidad lo único que hacían era impedir la huida a los manifestantes que bajaban.  La calle Génova había estado  cortada y cercada por la policía durante todo el día, para custodiar la sede del PP. Decidimos quedarnos un rato en la plaza, allí todavía no había policía, aunque la gente seguía llegando desde Génova casi en estampida. Nos encontramos en  la plaza a otra amiga más. El coro seguía cantando.  Llegó un punto en  el que nosotras también tuvimos que salir corriendo de la plaza, cada vez era más la gente que llegaba, nos atropellábamos unos a otros, los disparos de la policía cada vez se escuchaban más cerca.  Bajamos por Recoletos, muchos corrían, otros estaban quietos, de pie, intentando encontrar alguna explicación lógica que diera sentido a lo que estaba aconteciendo. Nosotras corríamos. Al otro lado de la calle se veía cómo manifestantes tiraban petardos a la policía, y cómo éstos respondían. Las lecheras se escuchaban cada vez más cerca,  hasta que llegó un punto en el que todos corríamos, incluidos ancianos, huíamos de un acto legítimo, de nuestra Marcha por la Dignidad. En Recoletos nos encontramos con un chaval de quince años, del que yo había sido monitora. “Mucho cuidado”, le dijimos.  


La Policía detiene a una manifestante durante los disturbios en el centro de Madrid tras la manifestación del 22-M.
Jauro Vargas, Público
Las lecheras subían y bajaban Recoletos, por lo que corrimos por unas calles aledañas hasta llegar a Puerta de Alcalá. “A salvo”, pensamos. La Puerta de Alcalá también estaba llena de policías, aunque no estuvieran cargando contra los manifestantes. Nos quedamos allí un rato hasta que decidimos bajar hasta Atocha evitando Cibeles, invadida por lecheras, por lo que cogimos el Paseo de Alfonso XIII, paralelo al Retiro. Allí, ya bastante lejos del núcleo de la manifestación, volvieron las lecheras a  hacer gala de su poder de coerción. Allí estaban los autobuses para recoger a los participantes de las distintas columnas llegadas a Madrid. Nuevamente corrimos, hasta entrar en el parque, desde el que andamos hasta Atocha. En la Cuesta de Moyano nos encontramos  con otros amigos. Ellos se habían quedado más rezagados y había visto cómo la policía había cercado Cibeles en un momento,  rodeándola con lecheras provenientes de todas las calles que desembocaban en la plaza, asediando y atacando a los manifestantes. Nos contaron que los antidisturbios se bajaban de las furgonetas en marcha dando palos, sin hacer distinción entre los que ciudadanos que allí se encontraban. Ya  en Atocha, nos encontramos con un señor andaluz de unos sesenta años, llegado desde Andalucía para participar en las jornadas, había estado en la plaza y nos preguntó por qué había entrado la policía de esa manera. “Pero si sólo estábamos cantando”, nos dijo. La conversación fue interrumpida por una nueva carga policial y la llegada de otra avalancha de gente que huía. Una última carretita al metro, donde nos encontramos un cordón policial custodiando la puerta.


Enfrentamientos entre polcía y manifestantes tras la manifestación del 22-M en Madrid.
EFE
Los convocantes afirman que en las jornadas de ayer participaron más de dos millones de personas. Escasa cobertura le ha dado a las marchas la televisión pública, o del gobierno,  para no magnificar su importancia. Pero esa importancia  que se le ha negado desde los medios de comunicación se ha sobredimensionado con el despliegue policial que ayer invadió la capital. No es la primera vez que tengo que salir corriendo de la policía en una manifestación, pero el despliegue de ayer no tenía precedentes. Las fuerzas “del orden público”  asediaron ayer a los manifestantes en las principales calles de la ciudad, no sólo en el núcleo de la protesta. Estuvimos andando y corriendo durante una hora para intentar llegar a un metro, que resultó estar también plagado de policías. Reventaron unas jornadas por la dignidad de la forma más indigna, vergonzante, brutal, violenta, antidemocrática. Unas jornadas pacíficas que habían congregados a gente de todos los colores y todas la edades, que ejercían libremente su derecho a la libertad de expresión. 

Finalmente resultaron ser una paradoja en sí mismas. Reventaron en acto cuando todavía era legal, los derechos fundamentales a la libertad y seguridad recogidos  en artículo 17 de la Constitución  fueron ayer violados, al igual que el derecho fundamental a la libertad de expresión recogido en el artículo 20 de la misma. Una masa enorme de gente fue asediada ayer por un despliegue digno de un estado de excepción.  La política del terror cerró ayer las Marchas por la Dignidad,  con el propósito de hacer un chiste de las mismas, de amedrentar al que se quiera unir a la próxima manifestación, de hacer de un estado de derecho un estado policial.

Cristina Cifuentes calificó ayer las jornadas como pacíficas, pero hoy los telediarios de Veinticuatro Horas aludieron a lo sucedido como un enfrentamiento entre policías y radicales, cuando lo que realmente ocurrió ayer fue un auténtico abuso del brazo armado del ejecutivo.

Este post va dedicado con enorme cariño a Ángela,la que fue ayer mi ángel de la guarda.

Siento no acompañarlo con fotos propias, haciendo gala de mis habituales despistes, me llevé la cámara sin batería.